Muchas veces he oido decir que cuando alguien va a terminar su camino por esta vida, llega a saberlo. Mi amiga me dijo hace poco más de un mes que estaba cansada de tanto dejarse la piel para nada y que estaba harta de su mala salud. El pasado sábado (14.3) dijo que si se moría, le gustaría ser incinerada y que sus cenizas fueran a parar a partes iguales al mar y al lado de sus padres. Se fue 48 horas después.
La muerte es democrática, a todos nos llega sin excepción; pero hay veces que golpea con fuerza. Hay veces que golpea con saña. Y hay veces que, no por esperada, sigue siendo injusta. Máxime cuando la persona que ya la veía venir tenía, como es el caso, tenía sólo 31 años.
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